/outoño
Las hojas no hacían bulla al caer, pero su acumulación sobre la lámina de agua dio a la tarde una tonalidad de lluvia, aunque sin gotas —y la lluvia siempre causaba alguna melancolía. Para no ceder a la tristeza que podría presentarse, apresuró su paso y entró en un bar, pidiendo al mesero que se apurara. Y solo. Al ver el aire interrogativo revoloteando encima de la corbata de mariposa, se dio cuenta de la falta de precisión de su pedido. Se rió y se corrigió: vodka.
No habían pasado ni tres minutos de la última vez que consultó el smartphone para revisar sus mensajes, cuando repitió los comandos de modo automático. En el buzón de mensajes, había una propaganda con ofertas de productos para la jardinería. Pero el ánimo no era el adecuado para trabajos en el césped ni cosas similares. Colocó el celular en el bolsillo. Corrigiendo también la prisa innecesaria, se acomodó en la mesa más cercana a los periódicos y revistas y constató que había algunos libros disponibles para los clientes. Creía que la iniciativa era interesante, aunque se preguntaba si la bebida alcohólica funcionaría tan bien como compañía a las páginas.
Tragó toda la porción en un solo sorbo, pagó y, antes de retirarse, revisó los libros acomodados en un pequeño estante cerca de la ventana. Al otro lado del vidrio, el clima inestable.
Chafariz da Redenção, Porto Alegre
por Caio Webber