top of page

verano/

Dejó la lectura y el alboroto a un lado, inhaló largamente y escogió el camino menos recto posible para gastar el atardecer. En los callejones, por donde no acostumbraba caminar, se dedicó a un andar pausado, entre la indolencia y el esmero de los movimientos, mientras contemplaba las fachadas antiguas. Algunas de las casas, las bien conservadas, se remontaban a la época en que el barrio estaba ocupado por comerciantes prósperos que, en los intensos veranos, conversaban con sus vecinos en la vereda, mientras que el calor no favorecía las conversaciones dentro de las casas sin aire acondicionado. Imaginar las rutinas de antes era una forma de hacer que desapareciera el descontento con el momento actual. Le producía una satisfacción improbable al comparar la tranquilidad de todo el día con la falta de interlocutores en su casa y le llenaba de aquel calor vivido por los demás, como si sintiera una caricia. Se alegraba con los colores que su mirada iba recogiendo en los lechos de las plantas exuberantes, a pesar de estar algo sedientas, junto con los residuos de música que escapaban hasta la acera. La prórroga del silencio habitual dilataba esa alegría inseparable de la ausencia de paredes y traía una decisión sin precedentes: llamaría a Andrea para observar el atardecer en Guaíba, como solían hacerlo antes.

www.mauremkayna.com

versão Beta

Curta a FanPage

  • facebook-square
bottom of page